“El Día y
en sus esponsales ella le dio su luz
y él le dio su sombra, desde entonces
el Día luce un anillo llamado Sol
y ella uno al que llaman Luna.
Los ancianos cuentan que cuando
va en busca de su amado.”
Cuento popular élfico.
- No quisiera ser descortés – empezó Taris, dirigiéndose a Ildair –, así que os lo preguntaré mejor a vos. ¿Sabéis por qué esa criatura va cubierta con todas esas ramas?
- Sí, lo sé.
- Ya... tal vez además seréis tan amable de explicarnos el motivo.
- Tal vez, tal vez.
- Creo – intervino Vilgaarth – que lo que Taris desea saber es por qué lleva esas plantas encima.
- Comprendo – afirmó el elfo.
- ¿Y nos lo explicaréis de una puñetera vez? – pidió Taris, claramente exasperado.
- Mmm… no, habéis sido muy descortés.
- Oye Zenón – llamó Taris, mientras aceleraba el paso para llegar a la altura de su amigo que cabalgaba algo más allá, junto a la figura envuelta en hojas – ¿Pasa algo si encontramos los libros y perdemos al p*to elfo?
- No sé, supongo que no.
- Perfecto.
- Por cierto – empezó el bibliotecario y acto seguido bajó el tono de voz –, he oído tu pregunta. El sujeto que nos acompaña desde que hemos entrado en el bosque es un elfo, de los llamados elfos del bosque.
- No me digas más – le pidió Taris, también susurrando como si compartiesen un gran secreto -, se llaman así porque viven en los bosques.
- Exacto.
- Pues… sabes Zenón, ver a estos elfos me hace pensar en palos.
- ¿Y eso?
- Verás, cuando miro a nuestro extraño amigo solo veo hojas, ramas y palos, y cuando miro a nuestro compañero Ildair, solo pienso en darle de palos.
- Te comprendo – le apoyó Zenón.
- Por cierto, ¿cómo es que te han asignado una tarea de tanta relevancia? No te ofendas, pero creo que este asunto te queda un poco grande.
- ¡Joder! Que poca confianza – se molestó el bibliotecario.
- Zenón…
- Sí, la verdad es que a mi también me sorprende.
Mientras, en Parmantia, el Primer Mantenedor de la biblioteca acababa de llegar a la ciudad, pues el robo de los documentos se había perpetrado mientras estaba ausente participando en el congreso anual de sabios de la ciudad de Grëss, en el vecino reino de Svira. Tan pronto entró en
- Buenos días Guilmar – saludó el Primer Mantenedor -. ¿Partió Genón hacia Sálendor en busca de los documentos robados?
- Sí, justo un día después del robo, tan pronto le fue posible prepararlo todo.
- Bien.
- Por cierto… ¿habéis dicho Genón?
- Sí, claro.
- Ya, y… a qué Genón os referís…
- A cual va a ser, a nuestro Maestro Guardián y miembro de los Caballeros de Cresalia.
- ¡Ah! ese Genón, Genón de Vidart. Ya me parecieron raras las instrucciones…
- ¿A qué te refieres Guilmar?
- Bueno, entended que la letra no era muy clara…
- Escribí la carta con prisas ciertamente, pero ¿qué sucede?
- ¿Seguro que no pedíais que enviásemos a Zenón y a Vilgaarth?
- Por qué pondría semejante majaderí… ¿Insinúas que nuestro mantenedor más ineficaz se dirige hacia Sálendor junto al peor de los estudiantes de la escuela de magia?
- La verdad es que el Gran Arcidiano de la escuela de magia también puso cara de no entender nada. Y creo que el rey Uldeval llegó a comentar algo respecto a vuestra posible senilidad.
- ¡Comprensible! ¿Así que los documentos dependen de esos dos?
- No.
- ¡Menos mal!
- Quiero decir que no son dos, son tres.
- ¿Tres, Guilmar? – preguntó el Primer Mantenedor con cara de ¿es posible que aún sea peor?
- Al parecer antes de salir de la ciudad se les unió Taris.
- ¡Un momento! ¿El mismo Taris, exmantenedor de la biblioteca, al que pillé haciéndose canutos con los papiros y que tiene abierto expediente de expulsión en los Leones de Cresalia por comportamiento impropio de un caballero hacia la esposa del comandante de la guarnición de la ciudad?
- Bueno, por lo que se dice no es el primero que se mete en la cama con ella.
- ¡Pero es el primero que lo hace mientras su marido está durmiendo en la cama!
- Sí, dicho así suena muy mal – aceptó Guilmar.
- ¿Así que Zenón, Vilgaarth y Taris? ¡No me digas que es cierto!
- Vale, pues… no os lo digo.
- Madre Mali del amor hermoso. ¡Oh, dioses inmisericordes! ¡Oh, terrible y cruel destino! Aquí y ahora me despido de los robados pergaminos.
- Tal vez no esté todo perdido.
- ¿No? ¿Acaso alguno de ellos ha desarrollado algo parecido al sentido común?
- Me temo que no.
- Lo sabía.
- Pero viaja con ellos el filósofo Ildair.
- ¡Ah! Bien, al menos queda alguna esperanza – y el Primer Mantenedor empezó a sonreír –. Y reconozco que la idea de que esos tres viajen con ese elfo engreído y altisonante me produce un curioso placer. Mientras tanto ordenaré que reproduzcan aquellos textos de los que tuviésemos más de una copia.
- Excelente idea.
- ¿Sí? Me alegra que te guste Guilmar porque debes saber que te acabas de ofrecer voluntario.
- No quepo en mí mismo de tanto gozo.
- ¡Perfecto! ¡Pues ala, arreando al scriptorium!
Pero eso no era todo. Mientras, en la lejana Hiriam, el monarca, enemistado con el rey Uldeval desde que de pequeño éste sacara siempre mejores notas que él en el parvulario de pago para futuros reyes, acababa de recibir noticias referentes al robo producido en
- Esos documentos… si se ha armado tanto revuelo… deben ser de extrema importancia y valor. ¡Murdan-Kain!
- Majestad – respondió el recién ascendido capitán de la guardia de los Halcones de Hiriam.
- Toma a los mejores caballeros y parte de inmediato hacia Cresalia. Quiero que interceptes a cualquiera que regrese con esos documentos.
- Sí majestad.
- ¡Ah! y debéis despojaros de todo emblema que os identifique con nuestra casa.
- Pero majestad… en nuestras calzas aparece el halcón de Hiriam.
- ¡Nada de emblemas!
A la mañana siguiente una veintena de caballeros sobre poderosos corceles de batalla salían por las puertas de la ciudad. Todos ellos flamantes guerreros, miembros de la reconocida orden de los Halcones de Hiriam, todos ellos fuertes, todos diestros con la espada, todos ellos en calzoncillos y sin calzas.
En otro lugar, un elfo del bosque, llamado así porque “vivía en los bosques”, se detuvo.
- Voxotrox experaix aquí.
- Vale noxotrox nox experamox – aceptó Vilgaarth - ¡Joder!, nunca pensé que se me diese tan bien hablar elfo.
- Mi estimado proyecto de neurona, así es como habla vuestro idioma un elfo del bosque – aclaró Ildair.
- Ya decía yo. Pero creo que xe me da bien de todox modox. Por curiosidad, ¿cómo se diría buenos días en elfo?
- Duriel guidom.
- Dirindindom ¡Está tirao! Ildair tienes que enseñarme más elfo.
- Me temo que hay un problema de “faltas” que lo hará imposible – le informó el elfo.
- Bueno, ya sé que haré algunas faltas – aceptó el mago - pero tanto como imposible…
- Sí, hay un problema de faltas. A mi me falta paciencia y a ti te falta inteligencia, sentido común y dos dedos de frente.
Entonces Vilgaarth aceleró también el paso de su caballo para alcanzar a Taris y Zenón.
- Oye, ese elfo es un p*to cabrón – informó el mago.
- ¿A que piensas en él y piensas en palos? – preguntó Taris.
- Sí - confirmó Vilgaarth –, ¿así que tú también has pensado en meterle uno por el culo?
- ¡Joder! Pues no – repuso Taris mirando con cara de asombro al mago -, pero no creas que es mala idea…
Las posibles propuestas sobre como llevar tan peregrina idea a cabo quedaron en suspenso cuando frente a ellos apareció de nuevo la curiosa figura envuelta en hojas, esta vez acompañada de otras dos de similares características.
- Bienvenidox viajerox.
- Saludox – respondió Vilgaarth, convencido de dominar a la perfección el habla élfica –. Xomox enviadox de