domingo, 26 de julio de 2009

La Búsqueda del Saber: Los elfos de Bosqueviejo

“El Día y la Noche eran amantes,

en sus esponsales ella le dio su luz

y él le dio su sombra, desde entonces

el Día luce un anillo llamado Sol

y ella uno al que llaman Luna.

Los ancianos cuentan que cuando

la Luna desaparece es porque la Noche

va en busca de su amado.”

Cuento popular élfico.


- No quisiera ser descortés – empezó Taris, dirigiéndose a Ildair –, así que os lo preguntaré mejor a vos. ¿Sabéis por qué esa criatura va cubierta con todas esas ramas?

- Sí, lo sé.

- Ya... tal vez además seréis tan amable de explicarnos el motivo.

- Tal vez, tal vez.

- Creo – intervino Vilgaarth – que lo que Taris desea saber es por qué lleva esas plantas encima.

- Comprendo – afirmó el elfo.

- ¿Y nos lo explicaréis de una puñetera vez? – pidió Taris, claramente exasperado.

- Mmm… no, habéis sido muy descortés.

- Oye Zenón – llamó Taris, mientras aceleraba el paso para llegar a la altura de su amigo que cabalgaba algo más allá, junto a la figura envuelta en hojas – ¿Pasa algo si encontramos los libros y perdemos al p*to elfo?

- No sé, supongo que no.

- Perfecto.

- Por cierto – empezó el bibliotecario y acto seguido bajó el tono de voz –, he oído tu pregunta. El sujeto que nos acompaña desde que hemos entrado en el bosque es un elfo, de los llamados elfos del bosque.

- No me digas más – le pidió Taris, también susurrando como si compartiesen un gran secreto -, se llaman así porque viven en los bosques.

- Exacto.

- Pues… sabes Zenón, ver a estos elfos me hace pensar en palos.

- ¿Y eso?

- Verás, cuando miro a nuestro extraño amigo solo veo hojas, ramas y palos, y cuando miro a nuestro compañero Ildair, solo pienso en darle de palos.

- Te comprendo – le apoyó Zenón.

- Por cierto, ¿cómo es que te han asignado una tarea de tanta relevancia? No te ofendas, pero creo que este asunto te queda un poco grande.

- ¡Joder! Que poca confianza – se molestó el bibliotecario.

- Zenón…

- Sí, la verdad es que a mi también me sorprende.

Mientras, en Parmantia, el Primer Mantenedor de la biblioteca acababa de llegar a la ciudad, pues el robo de los documentos se había perpetrado mientras estaba ausente participando en el congreso anual de sabios de la ciudad de Grëss, en el vecino reino de Svira. Tan pronto entró en la Biblioteca quiso saber si sus instrucciones, adelantadas con un correo urgente tras conocer la terrible noticia, se habían llevado a cabo con la debida diligencia.

- Buenos días Guilmar – saludó el Primer Mantenedor -. ¿Partió Genón hacia Sálendor en busca de los documentos robados?

- Sí, justo un día después del robo, tan pronto le fue posible prepararlo todo.

- Bien.

- Por cierto… ¿habéis dicho Genón?

- Sí, claro.

- Ya, y… a qué Genón os referís…

- A cual va a ser, a nuestro Maestro Guardián y miembro de los Caballeros de Cresalia.

- ¡Ah! ese Genón, Genón de Vidart. Ya me parecieron raras las instrucciones…

- ¿A qué te refieres Guilmar?

- Bueno, entended que la letra no era muy clara…

- Escribí la carta con prisas ciertamente, pero ¿qué sucede?

- ¿Seguro que no pedíais que enviásemos a Zenón y a Vilgaarth?

- Por qué pondría semejante majaderí… ¿Insinúas que nuestro mantenedor más ineficaz se dirige hacia Sálendor junto al peor de los estudiantes de la escuela de magia?

- La verdad es que el Gran Arcidiano de la escuela de magia también puso cara de no entender nada. Y creo que el rey Uldeval llegó a comentar algo respecto a vuestra posible senilidad.

- ¡Comprensible! ¿Así que los documentos dependen de esos dos?

- No.

- ¡Menos mal!

- Quiero decir que no son dos, son tres.

- ¿Tres, Guilmar? – preguntó el Primer Mantenedor con cara de ¿es posible que aún sea peor?

- Al parecer antes de salir de la ciudad se les unió Taris.

- ¡Un momento! ¿El mismo Taris, exmantenedor de la biblioteca, al que pillé haciéndose canutos con los papiros y que tiene abierto expediente de expulsión en los Leones de Cresalia por comportamiento impropio de un caballero hacia la esposa del comandante de la guarnición de la ciudad?

- Bueno, por lo que se dice no es el primero que se mete en la cama con ella.

- ¡Pero es el primero que lo hace mientras su marido está durmiendo en la cama!

- Sí, dicho así suena muy mal – aceptó Guilmar.

- ¿Así que Zenón, Vilgaarth y Taris? ¡No me digas que es cierto!

- Vale, pues… no os lo digo.

- Madre Mali del amor hermoso. ¡Oh, dioses inmisericordes! ¡Oh, terrible y cruel destino! Aquí y ahora me despido de los robados pergaminos.

- Tal vez no esté todo perdido.

- ¿No? ¿Acaso alguno de ellos ha desarrollado algo parecido al sentido común?

- Me temo que no.

- Lo sabía.

- Pero viaja con ellos el filósofo Ildair.

- ¡Ah! Bien, al menos queda alguna esperanza – y el Primer Mantenedor empezó a sonreír –. Y reconozco que la idea de que esos tres viajen con ese elfo engreído y altisonante me produce un curioso placer. Mientras tanto ordenaré que reproduzcan aquellos textos de los que tuviésemos más de una copia.

- Excelente idea.

- ¿Sí? Me alegra que te guste Guilmar porque debes saber que te acabas de ofrecer voluntario.

- No quepo en mí mismo de tanto gozo.

- ¡Perfecto! ¡Pues ala, arreando al scriptorium!

Pero eso no era todo. Mientras, en la lejana Hiriam, el monarca, enemistado con el rey Uldeval desde que de pequeño éste sacara siempre mejores notas que él en el parvulario de pago para futuros reyes, acababa de recibir noticias referentes al robo producido en la Biblioteca de Parmantia.

- Esos documentos… si se ha armado tanto revuelo… deben ser de extrema importancia y valor. ¡Murdan-Kain!

- Majestad – respondió el recién ascendido capitán de la guardia de los Halcones de Hiriam.

- Toma a los mejores caballeros y parte de inmediato hacia Cresalia. Quiero que interceptes a cualquiera que regrese con esos documentos.

- Sí majestad.

- ¡Ah! y debéis despojaros de todo emblema que os identifique con nuestra casa.

- Pero majestad… en nuestras calzas aparece el halcón de Hiriam.

- ¡Nada de emblemas!

A la mañana siguiente una veintena de caballeros sobre poderosos corceles de batalla salían por las puertas de la ciudad. Todos ellos flamantes guerreros, miembros de la reconocida orden de los Halcones de Hiriam, todos ellos fuertes, todos diestros con la espada, todos ellos en calzoncillos y sin calzas.

En otro lugar, un elfo del bosque, llamado así porque “vivía en los bosques”, se detuvo.

- Voxotrox experaix aquí.

- Vale noxotrox nox experamox – aceptó Vilgaarth - ¡Joder!, nunca pensé que se me diese tan bien hablar elfo.

- Mi estimado proyecto de neurona, así es como habla vuestro idioma un elfo del bosque – aclaró Ildair.

- Ya decía yo. Pero creo que xe me da bien de todox modox. Por curiosidad, ¿cómo se diría buenos días en elfo?

- Duriel guidom.

- Dirindindom ¡Está tirao! Ildair tienes que enseñarme más elfo.

- Me temo que hay un problema de “faltas” que lo hará imposible – le informó el elfo.

- Bueno, ya sé que haré algunas faltas – aceptó el mago - pero tanto como imposible…

- Sí, hay un problema de faltas. A mi me falta paciencia y a ti te falta inteligencia, sentido común y dos dedos de frente.

Entonces Vilgaarth aceleró también el paso de su caballo para alcanzar a Taris y Zenón.

- Oye, ese elfo es un p*to cabrón – informó el mago.

- ¿A que piensas en él y piensas en palos? – preguntó Taris.

- Sí - confirmó Vilgaarth –, ¿así que tú también has pensado en meterle uno por el culo?

- ¡Joder! Pues no – repuso Taris mirando con cara de asombro al mago -, pero no creas que es mala idea…

Las posibles propuestas sobre como llevar tan peregrina idea a cabo quedaron en suspenso cuando frente a ellos apareció de nuevo la curiosa figura envuelta en hojas, esta vez acompañada de otras dos de similares características.

- Bienvenidox viajerox.

- Saludox – respondió Vilgaarth, convencido de dominar a la perfección el habla élfica –. Xomox enviadox de la Biblioteca de Parmantia.

viernes, 24 de julio de 2009

La Búsqueda del saber: La biblioteca de Parmantia

“Dijo una vez un viejo sabio:

- Ante todo prudencia. No cruces nunca por un puente destartalado,

procura mejor bordear el río hasta hallar un vado.

- Pero así nunca llegarás al otro lado - replicó un impulsivo muchacho.

Obviamente el joven no llegó ni a viejo ni a sabio.”

En el año 1.467, pentacuarto desde la caída de Únth, dos eran los grandes reinos que dominaban la política y la economía de la región de Talmar. Al norte Cresalia, cuna de una de las órdenes de caballería más famosas y de la biblioteca más grande que el mundo hubiera conocido. Más al oeste, rivalizando con ella en poder y esplendor, se hallaba el reino de Hiriam. Fue siempre esta una rivalidad fuente de enfrentamientos pero también base de la estabilidad de toda la región, puesto que estos dos grandes reinos, merced a su fuerza económica y poder militar, ejercieron tradicionalmente de contrapeso entre sí. Mientras ambos reinos fueron provincias del reino de Únth, los caballeros cresios y los de Hiriam lucharon juntos, para más tarde en su declive, volver a luchar entre sí. Más al sur, la ciudad estado de Sálendor, llamada la bella, “La de las seis torres”, había sido siempre otro foco de poder, no en vano residía allí la mayoría de los magos más eminentes, pues en esa ciudad estaba además la más antigua de las academias de magia. Junto a estos tres actores, otros de menor peso pero de relevante influencia eran el reino de Svira, vecino y hermanado con el de Cresalia, quedando al este de este último, y limítrofe con las tierras de los clanes orcos; la ciudad estado de Westport, competidora de Sálendor, pues ambas eran ciudades portuarias y luchaban por atraer hacia sus puertos las muchas mercancías y demás riquezas que viajaban de un lado al otro del mar de Vigret; y cerca de la misma Sálendor, la región conocida como Bosqueviejo, que era el territorio dominado por los elfos, tierras a las que se accedía solo bajo el consentimiento de sus habitantes y bajo estricta vigilancia. Al este quedaban los reinos enanos de Thorgalín y Yar-Zarak, puerta de entrada a las vecinas tierras de Al-Mör y bajo cuya influencia se desarrollaba la mayor parte del comercio terrestre de la región.

El día decimonono del mes de Meit de dicho año, la biblioteca de la ciudad de Parmantia, capital de Cresalia, famosa por ser la más extensa y por la calidad y singularidad de sus muchos títulos, guardados bajo la forma de pergaminos, rollos de papiro, libros bellamente encuadernados e incluso alguna servilleta de papel en la que el gran Ardiquio había dejado constancia de los cálculos de la hipotenusa-ciega-de-un-tetraedro-fónico, se produjo un robo sin precedentes, pues de dicha biblioteca, custodiada por elegidos caballeros de la orden de los Leones de Cresalia, fue sustraída una cantidad ingente de volúmenes, entre los que se contaba alguno de tanto valor como el Libro de las maravillas de Viguern y una copia original del principal texto de la Mutua, el Libro gordo de Vartomocus, así como otros muchos objetos no menos interesantes y de igual rareza. Por entonces gobernaba en Cresalia el rey Uldeval, padre del que luego sería conocido como Élgeval el Justo, quien, consternado por la noticia, puso a disposición de la Biblioteca cuantos hombres y medios fuesen precisos para seguir la pista del causante de semejante tragedia. Numerosos grupos de caballeros, acompañados de miembros de la Biblioteca, partieron raudos en dirección a los diversos lugares donde dichos tesoros pudiesen ser objeto de intercambio. De entre todos los grupos uno había que debía afrontar un destino de mayor importancia que el resto. Para su sorpresa y desconcierto de muchos fue a Zenón, ayudante del adjunto del secretario del Primer Mantenedor de la Biblioteca de Parmantia, a quien le fue encargada semejante tarea. Por petición expresa de su superior debía partir junto a Vilgaarth, primerizo estudiante de la escuela de magia de la ciudad, quien aceptó de buen grado merced a la amistad que le unía a Zenón y a haber pagado éste con fondos del viaje ciertas deudas de juego que del mago ponían en peligro piernas y tal vez también manos. Así que, apenas transcurrido un día desde que se cometiese el robo, ya daban cumplido inicio al viaje.

En la primera mañana, mientras traspasaban las puertas de la ciudad, de forma inesperada decidió unírseles otro compañero.

- ¡Eh!, ¡muchachos, esperadme!

- ¿Quien nos llama? – preguntó el rubio y orondo Vilgaarth, mientras se giraba a lomos de su caballo.

- Parece Taris – repuso el bibliotecario, un joven de cuerpo nudoso, rematado por una cabellera castaña y cortada a cepillo –, y viene a galope tendido.

Taris era otro buen amigo de correrías de ambos y, al parecer, debía de estar ansioso por alcanzarles pues llevaba a su caballo tan rápido como sus cuatro patas, las del caballo, le permitían. Poco antes de llegar a su altura les dirigió un breve saludo y siguió cabalgando al grito de:

- ¡Por el amor de Mali, corred!

- ¿Qué sucede? – quiso saber el mago mientras clavaba los talones en las ancas de su corcel.

- ¡Nada grave! – respondió Taris sin girarse –. El otro día le recité unos poemas a la bella Ilunde.

- ¿Y no le gustaron? – se sorprendió Zenón, pues Taris tenía fama de saber llegar al corazón de las mujeres.

- ¡Oh, le encantaron! Fue su marido, el conde Rovualt, el que no supo apreciarlos.

- ¿Por eso nos persigue una docena de guardias a caballo? – añadió Vilgaarth, quien acababa de girarse al oír gran estrépito tras ellos.

- Pues… igual va a ser por eso.

Dos días y algunas carreras después, los tres amigos lograron despistar a los hombres de armas del conde. Lo cierto es que, con las prisas, habían recorrido en menos tiempo del previsto parte del camino que había de llevarles hasta la ciudad de Sálendor y a las cercanas tierras de los elfos, pues allí residían los más famosos y reconocidos coleccionistas de libros. Los tres tenían ante si una precisa aunque complicada tarea. De ellos era Taris el mayor, el mayor sinvergüenza que en años residiese en la ciudad de Parmantia. Zenón, llamado “el vago”, había conocido a Taris siendo ambos mantenedores de la biblioteca años atrás. Vilgaarth era un joven cuyas dotes habían sorprendido a sus mentores, sobre todo sus habilidades con las cartas y su inusitado interés por ingerir todo tipo de brebajes. Por lo demás, era un estudiante siempre atento a cuanto manjar se cruzase en su camino, y no hay duda que brillante, pues aun con todo había logrado aprender algunos trucos de sus infortunados y pacientes maestros.

En la cuarta mañana tres figuras sobre razonables corceles retomaban el viaje. El paso era tranquilo pues el camino sería largo y no esperaban dar descanso a sus cuerpos hasta bien entrada la noche, entonces se encontrarían con su nuevo compañero. Dado que uno de los textos desaparecidos era una copia original del Libro gordo de Vartomocus, La Mutua, oscura organización en cierto modo hermanada con la Biblioteca, les había solicitado que uno de sus miembros acompañase a la partida que se dirigía al sur. El elegido era Ildair-Ulsa, filósofo elfo, famoso por haber iniciado una nueva escuela de pensamiento, el “Egoicismo”, paradigma de la cual era la frase:

“Yo, ante todo yo,

pues no puedo hacer el bien a manos llenas

si primero no estoy satisfecho conmigo mismo.”

Caía la noche y los tres viajeros acababan de dejar a los caballos en manos del mozo de la casona. Al entrar, la estancia, iluminada por el fuego de una gran chimenea, se les mostró casi desierta salvo por una figura sentada sola en una mesa.

- ¿Maestro Ildair? - se aventuró Zenón, puesto que la descripción del sujeto sentado en la única mesa que no se hallaba vacía cuadraba con la que les habían facilitado.

- No.

- ¡Oh, vaya!, perdón – se excusó el bibliotecario y los tres viajeros se reunieron entorno a otra de las mesas.

- Os desanimáis pronto – comentó el desconocido.

- ¿Cómo?

- En primer lugar es obvio que soy infinitamente superior a vosotros pero aún así no he ejercido nunca como vuestro maestro y además mi nombre no es Ildair, sino Ildair-Ulsa. Espero que perseveréis más en la búsqueda de los documentos robados en la biblioteca.

Sin duda alguna era el elfo que buscaban, era exactamente como su superior Guilmar se lo había descrito a Zenón. Pensaba que exageraba, pero Ildair era al menos tan chulo, narcisista y prepotente como le habían prevenido, si no más.

Su superior le había indicado cómo encontrarse con el elfo, así como los principales pasos que debía dar para llevar a buen puerto la misión. Contactar con el filósofo, visitar y solicitar la colaboración de los elfos de Bosqueviejo, llegar a Sálendor donde se entrevistaría con el Gran Maestre de los Caballeros-Mago de la ciudad y, finalmente, acceder al Cologorum, cuyo inusual poder habría de permitirles conocer la localización exacta de los objetos robados.

La importancia de la misión radicaba en las muchas probabilidades de que fuese en esa dirección hacia donde hubiesen partido los objetos robados. Si documentos de tanto valor habían sido sustraídos, uno de los lugares a los que se habrían dirigido con mayor probabilidad sería la ciudad de Sálendor, por contar con una relevante presencia de magos, famosa era la orden de Caballeros-Mago de la ciudad conocida como los Arcanos de Sálendor, pero también por contar con puerto, de modo que la mercancía podría ser rápidamente embarcada desde allí hacia cualquier rincón remoto. A esto cabe añadir la cercanía de los elfos de Bosqueviejo, quienes se contaban entre los principales productores y consumidores de libros de toda la región de Talmar, lo que haría aún más atractivo este destino, pues podían ser estos también futuros compradores de los preciados documentos, y precisamente evitar esa posibilidad era el objeto de su primera visita.

Al este de la ciudad de Sálendor, a media jornada a pie, uno se adentraba ya en los dominios de los elfos, la región conocida como Bosqueviejo, en cuyo linde les esperaba una curiosa bienvenida. Para sorpresa de todos menos de Ildair, quien en todo momento mantuvo una actitud serena y circunspecta, de entre unos árboles apareció un ser rápido de movimientos, tan veloz que hasta que no decidió pararse para examinarlos no lograron discernir lo que era.

- ¿Quienex xoix?

- ¿Lo qué? – preguntó Vilgaarth, dando claras muestras de su inigualable erudición.

- ¿Quienex xoix? – insistió lo que una vez quieta y parada ante ellos se les apareció como… una cosa… con brazos y piernas… y ramas… ¿y hojas?

- Somos los enviados de la Biblioteca de Parmantia empezó Ildair con envidiable seguridad - y venimos para hablar con Qüon Ludum.